Vila Joya
El 30 de julio, nuestra travesía por Portugal nos llevó a un rincón que bien podría considerarse un paraíso terrenal. Enclavado en un paisaje de ensueño, con una terraza abierta al Atlántico, el restaurante Vila Joya nos recibió con la promesa de una experiencia gastronómica de altura. No en vano, desde 2001 ostenta dos estrellas Michelin, y todo en su propuesta evidencia su ambición por alcanzar la tercera.
Aquí, el chef Dieter Koschina, austriaco de nacimiento pero portugués de corazón, ha logrado fusionar la sofisticación centroeuropea con los sabores y productos de Portugal, un país que lo cautivó hace más de 30 años. Su cocina, meticulosa en la ejecución y audaz en el juego de contrastes, integra con maestría influencias tropicales y asiáticas, sin perder de vista la tradición.
La comida se desplegó con una estructura que nunca habíamos encontrado antes: si bien el menú marcaba cuatro platos principales, entre aperitivos, entrantes y sorpresas intercaladas, el festín se extendió a lo largo de 12 a 14 pases, diseñados con una precisión que convertía cada bocado en una experiencia inmersiva.
Los platos principales fueron un recorrido exquisito por tierra y mar:
- Carabineiro (Tom Kha / Coentros) → Un prodigio de equilibrio entre la intensidad del carabinero y la fragancia del tom kha, la emblemática sopa tailandesa, con el frescor aromático del cilantro.
- Cherne (Aipo / Tamarindo) → Un plato donde el mero cobraba protagonismo, acompañado por la profundidad del apio y el punto agridulce del tamarindo.
- Lombo de Vitela (Vinho da Madeira / Cantarelo) → La terneza de la ternera, realzada por la intensidad del vino de Madeira y la riqueza umami de los rebozuelos.
- Cereja (Chocolate / Iogurte) → Un cierre que combinaba la acidez de la cereza, la untuosidad del chocolate y la cremosidad del yogur en un postre memorable.
Más allá de la excelencia culinaria, el escenario en el que tuvo lugar esta comida fue incomparable. Disfrutar de cada plato en una terraza bañada por la brisa marina, con vistas a una playa idílica y a la serena belleza de la Albufera, convirtió la experiencia en algo que iba más allá de lo gastronómico.
Cada pase, cada maridaje, cada sorpresa intercalada entre los platos principales respondía a una planificación de menú que no habíamos visto hasta el momento. Una danza perfectamente orquestada entre sabores, texturas y emociones que nos dejó una profunda impresión.
Vila Joya no solo aspira a su tercera estrella Michelin: la merece.